El viejo Ford Mustang avanzaba a toda
velocidad por la vieja nacional en dirección a aquella casa rural en las faldas
del Moncayo. Pedro era un escritor en ciernes, de esos escritores que obtienen
un éxito moderado con una novela y quieren tener un segundo éxito para
demostrar que no fue casualidad. Si volvía a hacer algo bueno la editorial le
firmaría un contrato de veinte mil al año. Tenía que hacerlo, les demostraría a
todos de lo que era capaz, le demostraría a su padre que no era un perdedor y a
esos estúpidos del departamento de literatura les demostraría quien era el
mejor. Esos pseudo intelectuales que lo
habían apartado de la docencia, pfff…alcohólico…que sabrían ellos lo que es ser
un alcohólico. “Se lo demostraré a todos, les demostraré lo que valgo”.
El Moncayo se iba aproximando cada vez
más cubierto de bruma y frío. La calefacción del Mustang creaba una sensación
de calidez en el interior del coche que a su vez provocaba que los cristales se
fueran empañando. Mientras conducía con una mano con la otra se secaba la
moquita que le caía por la nariz. En unas pocas horas anochecería así que pisó
el acelerador un poco más y al instante un pitido le sobresaltó, miró el
salpicadero y comprobó con fastidio que se estaba quedando sin gasolina. Según
el mapa que había consultado antes de salir había una última gasolinera a unos
40 kilómetros antes de la casa, tendría que estar a punto de llegar. ¿Y si el
mapa era viejo y ya no había allí ninguna gasolinera?. Se quedaría tirado en mitad de aquella
apestosa carretera rodeado de bosque por todos lados y ya faltaba poco para
anochecer…llamaría a los del seguro e irían a buscarlo, no habría ningún problema.
“Tengo todo bajo control”. Las dudas
se desvanecieron cuando a la derecha de la carretera vio la señal de estación
de servicio. Era una gasolinera pequeña de un solo surtidor, al lado de ella un
viejo caserón de piedra hacía la veces de posada. De la fachada colgaban dos
faroles entre los cuales tallado en un trozo de madera se leía: “El Último Trago”.
Mientras esperaba a que alguien lo atendiera echó un vistazo al letrero, iba
bien aprovisionado pero no había llevado whisky. Si compraba una botella no
pasaría nada, no iba a beber claro…pero nunca se sabe. Un hombre con una gorra
salió por la puerta de la posada, era el gasolinero. Tras llenar el depósito
Pedro entró a la posada. Era una auténtica tasca de cazadores donde hacía mucho
tiempo que no entraba nadie que no fuera el gasolinero o los cazadores de la
zona. Una barra cruzaba de lado a lado la habitación cuyas paredes estaban
adornadas con cabezas de jabalís y algún que otro corzo. Por el resto de la
estancia se distribuían cuatro mesas de madera oscura y en el fondo un par de
troncos de carrasca se consumían en un enorme hogar de piedra gris. Al otro
lado de la barra un hombre que pasaba sobradamente los sesenta años miraba la
televisión mientras secaba un vaso distraídamente.
-
Hola,
yo…- balbuceó Pedro.- querría una botella de whisky.- concluyó.
El viejo posadero dejó de sacar brillo
al vaso y se dirigió a la zona de las botellas.
-
No
suelo vender botellas enteras pero bueno…hoy haré una excepción. Aquí solo
vienen cazadores ¿sabe?. Usted no tiene pinta de cazador.
- No
soy cazador, yo…bueno…soy escritor. He reservado la casa que hay a 40 km de
aquí, esa que está a los pies del Moncayo. Ahí espero encontrar la tranquilidad
necesaria para escribir mi novela.
El posadero agarró la botella con una de
sus manos y miró desconfiadamente a Pedro.
-
Ya…
bueno vaya usted donde quiera…pero págueme la botella y márchese si no quiere
nada más.
Pedro sacó la cartera y tapándola con
una mano con la otra sacó el dinero justo y pagó. Salió de allí sin despedirse.
Ya montado en el Mustang vio por el retrovisor como se encendían los faroles de
la fachada de la posada en el momento en que la negrura comenzaba a bajar por
las faldas del Moncayo. Mientras se alejaba echaba mirada fugaces al espejo del
piloto y se atusaba el pelo con la mano derecha. “Esta gente necesita algo de civilización, no están acostumbrados a
tratar con gente como yo, malditos paletos”.
La noche ya era cerrada y a los lados de
la carretera los árboles del bosque creaban figuras grotescas en la oscuridad.
Pedro procuraba no mirar mucho a los lados, se centraba en el frente de la
carretera. “Espero que no fallen los
faros, los del seguro tardarían horas en llegar hasta aquí”. Puso un poco
de música, la música le ayudaba a no pensar y dadas las circunstancias eso
sería lo mejor. No cogía ninguna emisora de la frecuencia modulada así que puso
uno de los cd que llevaba en la guantera. Al instante la guitarra de Angust
Young empezó a desgarrar el silencio del interior del Mustang, los cristales se
estaban empañando otra vez así que bajo la ventanilla para que el aire fresco
los desempañara. El coche se hundió en la noche mientras la desgarrada voz de
Bon Scott gritaba “Estoy en una autopista
hacia el infierno”
Tras varios kilómetros por una carretera
comarcal al fin llegó. El caserón se alzaba recortándose contra la luz de una
luna llena envuelta en una bruma fantasmal. La había reservado para un mes que
sería lo que calculó que le costaría escribir su novela. El tío con el que
había hablado le dijo que le dejaría la llave en una maceta de la entrada, sólo
había una maceta así que lo tuvo fácil. El caserón por dentro era enorme, en la
planta baja había un baño y una leñera a través de la cual se bajaba a la
bodega, en la primera planta había dos habitaciones y un gran salón desde donde
unas escaleras subían a la última planta. Pedro entró con su bolsa de viaje a
cuestas y una bofetada de aire caliente le recibió. Subió a la primera planta y
se instaló en una de las habitaciones próximas al salón. Salió a recorrer la
casa, en el salón un gran hogar estaba preparado con unos cuantos leños de pino
dispuestos para arder. “No necesito el
hogar, hace un calor de mil demonios aquí”. Tras ojear el salón subió a la planta
de arriba pero una puerta cerraba el paso. Bajó a la planta de abajo donde se
alivió en el wáter. Se metió en la leñera donde cientos de leños de pino se
apilaban en torno a una oscura puerta dónde Pedro se asomó recibiendo una
corriente de aire pestilente y caliente. “Puagg
debe de haber un gato muerto pudriéndose allá abajo”. Estaba cansado y
decidió subir a su habitación a descansar, según se echó en la cama cayó en un
sueño profundo.
Los ruidos le despertaron pasada la
medianoche, abrió los ojos en la oscuridad y se incorporó sobre la cama. Venían
del salón , se levantó de la cama y empezó a avanzar hacia allí, al llegar al
rellano de las escaleras vio que la puerta del piso de arriba estaba abierta,
en ese instante un tintineo se escuchó en el salón, siguió avanzando hasta el
salón donde la luz estaba encendida, se asomó con cautela y ahogó un grito de
sorpresa al ver a un hombre anciano pulcramente vestido sentado sobre la mesa y
removiendo un vaso con una cucharilla.
-
¿Quién
diablos es usted? – dijo sobresaltado.
-
Disculpe
si le he asustado – empezó a decir el anciano volviéndose hacia él- soy el
propietario de la casa, el hombre al que se la ha alquilado.
-
Pero
yo le pagué el alquiler con la intención de estar sólo. – contestó Pedro con
cierta indignación.
-
Oh
no se preocupe no le voy a molestar, casi no salgo de las habitaciones
superiores, ¿me dijo que era escritor?
-
Pues…sí.
- Puedo
escribirle esa novela que tanto desea, ¿ve esa librería?- le preguntó señalando
una estantería atestada de libros- Todos esos libros los he escrito yo, grandes
éxitos en su mayoría.
-
No
sé qué decirle, ¿podría echarles un vistazo?
- La
verdad que preferiría que primero contratase usted mis servicios, durante toda
mi vida he sido…como decirle…una especie de “negro”.
-
Ya
veo que me ha tendido usted una encerrona.
-
Bueno
yo no lo llamaría así. – dijo el anciano con una sonrisa en la cara.
Qué diablos podría perder, como mucho
algo de dinero, nadie se iba a enterar que ese viejo desgraciado había escrito
su novela en su lugar. “Estoy en el fin
del mundo, quién se iba a enterar”
- De
acuerdo, escríbame la novela, por supuesto la firmaré yo y cuando la acabe ya
hablaremos del precio.
-
De
acuerdo entonces.
El anciano se despidió con un gesto de
la mano y se perdió escaleras arriba camino de sus estancias. Pedro volvió a la
cama, eran cerca de la una y quería madrugar para empezar a escribir, apagó la
luz, cerró los ojos y se concentró en dormirse, en relajarse. Al principio sólo
era un leve chirrido, poco a poco fue en aumento, como algo que va y viene, el
sonido fue sacando a Pedro de su estado de duermevela para traerlo de vuelta a
la realidad, el sonido ya era algo evidente, un ruido que iba y venía, el
corazón le empezó a latir cada vez más deprisa y con la urgencia que da el
miedo buscó la pera de la luz con las manos y la encendió, un hombre ahorcado
se balanceaba en mitad de la habitación colgado de una soga que salía del
techo, Pedro notó como se orinaba encima a la par que se arrastraba horrorizado
hacia la puerta sin dejar de mirar el cadáver balanceándose. De repente el
ahorcado abrió unos ojos inyectados en sangre y con una voz estentórea se puso
a gritar.
-¡Huye! ¡Huye de esta casa insensato!
Pedro salió corriendo de la habitación y
subió escaleras arriba donde aporreo la puerta. El anciano abrió.
-
¿Qué
ocurre?
-
¡Hay
un hombre ahorcado en mi habitación!
-
Pero
qué dice, eso no puede ser, vamos a verlo.
El anciano bajó las escaleras seguido de
Pedro, cuando se asomaron a la habitación ahí no había nada.
-
Habrá
sido una pesadilla, cálmese.- Le dijo el viejo mirándole la mancha que tenía en
la entrepierna.
-
No,
le juro que lo he visto e incluso me ha hablado.
-
Será
mejor que descanse, yo trabajaré durante toda la noche y mañana por la mañana
comentaremos detalles de su gran novela, ya verá que bien.
Pedro casi se convenció de que había
sido una pesadilla. Volvió al cuarto pero antes de dormir pensó en algo que le
haría dormir del tirón. Sacó la botella de whisky de la maleta y el dio un
largo y ansioso trago. Ahora todo iría bien, dormiría de un tirón hasta mañana.
Se tumbó en la cama, cerró los ojos y por primera vez en toda la noche se
durmió.
Esta vez los ruidos tardaron más en
llegar. Eran unos gemidos, como lamentos de niña. Pedro se despertó en la
oscuridad de su cuarto y se echó a llorar, la vejiga se le descargó por segunda
vez. “Pero que es todo esto dios mío”.
El vello se le erizó sobre la piel de gallina y por primera vez en su vida supo
lo que era estar aterrorizado. Los gemidos venían del salón. Pedro cogió la
botella de Whisky y tras beber un largo trago la cerró y la empuñó a modo de
arma, se secó las lágrimas y se dirigió al salón. Se asomó con auténtico terror
por la puerta y al contemplarla un escalofrío le recorrió la nuca. Una niñita
de no más de 6 años jugaba con un peluche quemado; pero algo le pasaba porque
gemía continuamente. Cuando se percató de que Pedro la miraba desde la puerta
dejó el peluche en el suelo y empezó a andar lentamente hacía él.”Por favor por favor por favor” De
haberle quedado orines en su interior Pedro los hubiera dejado salir de nuevo,
en lugar de mearse encima se echó a llorar mientras sostenía la botella de
manera patética. La niña lo miraba con gesto serio.
-
Quiero
a mi mamá. – dijo de repente con una vocecita dulce.
-
Yo…yo
no se…donde está tu mamá.
La niñita avanzó un paso hacia Pedro.
-
Quiero
a mi mamá. – volvió a repetir.
Pedro ya no podía ni hablar. La niña se
empezó a reír, suave al principio y cada vez más alto. Mientras se reía avanzó
un poco más hacia él y cuando estaba a solo unos pasos de distancia dejó de
reír, fue en ese momento cuando Pedro se dio cuenta: la niña no era una niña,
era una anciana con la cara podrida que lo miraba respirando violentamente a
través de los pocos dientes que le quedaban.
- ¡Quiero
a mi mamaaaaaaa!- La voz sonó de una manera asquerosa y sobrenatural.
Pedro se desmayó. Cuando recuperó la
consciencia el salón estaba vacío, le dolía la cabeza y no sabía muy bien si lo
que había visto era real o no. Comprobó que no tenía ninguna herida en ninguna
parte de su cuerpo y se dirigió al salón. “¿Me
estaré volviendo loco?”. Se encaminó hacia la estantería donde centenares
de libros se agrupaban en perfecto orden y cogió uno al azar. Al observar las
tapas se extrañó ya que estaba encuadernado en cuero viejo al estilo del siglo
diecinueve. Al leer el título se le heló la sangre. “Las leyendas de Becker…no puede ser…esto no lo ha podido escribir el
viejo”.
- Lo
escribí yo no tenga duda.- El anciano lo observaba desde la puerta del salón
con un libro en la mano.- y aquí está su novela.- dijo alzándola en el aire.-
va a ser un éxito ya lo verá, bueno realmente no lo verá.
El viejo se acercó a la estantería y con
elegancia infinita colocó el libro en una de las baldas vacías de la librería.
Pedro lo miraba incrédulo sin entender nada.
-
¿Quién
es usted?
Sus ojos coincidieron y Pedro pudo ver
como los ojos del anciano cambiaban continuamente de color, eran profundos y
lejanos como las edades del mundo.
-
Soy
el Diablo. Y voy a llevarme tu alma.
En ese instante un ser monstruoso
irrumpió en el salón desde la planta baja, llevaba un delantal de carnicero y
en una de sus manos portaba un hacha de cocina, no tenía nariz y la boca la
llevaba salvajemente cosida. Con una agilidad pasmosa soltó un tajo y le rebanó
una mano a Pedro que cayó al suelo descompuesto. Otro tajo le rebanó el pie a
la altura del tobillo aunque quedó ligeramente unido a la pierna a través de un
tendón sanguinolento. De aquél ser monstruoso salía por algún lado una risa
malvada y gutural ante la elegante pasividad del anciano. El engendro cogió a
Pedro en brazos y lo bajó por las escaleras en dirección a la bodega. El pié se
balanceaba de un lado a otro mientras el tendón que lo unía se iba partiendo
poco a poco. De la mano amputada salía sangre a borbotones. “Todo acabará pronto”. La bestia bajó las
escaleras de la bodega y Pedro aun pudo ver que en el fondo de ella se abría un
agujero entre las rocas de la montaña, un agujero rojo a través del cual se
veían almas sufriendo tormentos eternos. El viejo lo miró por última vez.
-
Tan
apenas acaba de empezar.
Fue lo último que oyó Pedro antes de
precipitarse por el agujero sin retorno.
El día comenzaba fresco y en la taberna
“El último trago” el posadero estaba preparando unos troncos de carrasca para
caldear la habitación. En ello estaba cuando entró un cazador a almorzar, un
caldo caliente de carne y unos huevos fritos para empezar con fuerza un día de
buena caza. Tras hablar de banalidades el cazador le preguntó por algún
chascarrillo a lo que el posadero tras dudar un instante le contó que sí tenía
uno.
- Ayer
por la noche vino un chiflado, decía que era escritor y que había alquilado la
casa de allá arriba para escribir.
-
¿La
del tío Sempiterno, el que se ahorcó?
- Sí.
Lo curioso es que desde que se ahorcó Sempiterno la casa está abandonada pero
cada dos por tres vienen chiflados y muy a menudo esos chiflados son
escritores.
-
Quizá
tenga que ver que en esa casa vivió Gustavo Adolfo Becker.
-
Déjate
de ostias y vete a darle a los jabalís anda.
El fuego ya ardía con fuerza haciendo
crepitar los leños de carrasca en el gran hogar. Sobre una mesa un Heraldo de
Aragón aleteaba a causa de la brisa que entraba por una de las ventanas
abiertas al cierzo. Una brisa fuerte pasó dos páginas del periódico mostrando
la sección de clasificados, el anuncio tenía la letra pequeña, no se veía bien
si no te fijabas; pero ahí estaba claramente:
“Se
alquila casa rural en las faldas del Moncayo. No preocuparse los frioleros ya
que cuenta con buena calefacción. Ideal para escritores que quieran retirarse
del mundo. Interesados llamar al 666 666 666”
FIN