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martes, 6 de diciembre de 2016

DEFENDIENDO ZARAGOZA


Zaragoza es una ciudad de interior que está lejos de los grandes circuitos turísticos que la industria del turismo vende al por mayor. Es una ciudad desconocida para el gran público. Para que se hagan una idea la ciudad es visitada anualmente por medio millón de personas en comparación con los cinco millones que visitan Barcelona. Los visitantes que vienen son en su mayoría personas con un nivel cultural medio-alto y con ciertas inquietudes intelectuales que vienen atraídos por el apabullante patrimonio histórico-artístico de la capital del Ebro. Son gente que disfruta de la historia y de los personajes que la misma nos legó, y de eso amigos míos Zaragoza se lleva la palma.

Hace más de dos mil años el hombre más poderoso de su época posó su dedo sobre un mapa señalando una encrucijada de caminos en el noreste de Hispania y ordenó a sus legiones que en ese punto fundaran una colonia inmune otorgándole además el inmenso honor de portar su nombre. Aquél hombre era César Augusto y las legiones encargadas de cumplir sus órdenes fueron las legiones Victrix, Gemina y Macedonica, veteranos todo ellos de las guerras cántabras, creando así la colonia de César Augusta cuyo nombre el devenir de los milenios a transformado en Zaragoza.

Como la encrucijada de caminos que es, por Zaragoza han pasado la práctica totalidad de las civilizaciones y culturas que ha habido en la península ibérica, dejando cada una de ellas su huella en la ciudad.

Tras los romanos, llegaron los Godos y con ellos la época en la que el cristianismo ya era protagonista de la Historia, siendo Zaragoza una de las tres sedes episcopales más importantes de España junto con Toledo y Sevilla.

Carlomagno miró las murallas romanas negando para sí y desistiendo de tomar la ciudad. (¿Quizá por eso se desquitó después en Pamplona?)

Tras los Godos vinieron los musulmanes que la llamaron Medina Albaida (La Ciudad Blanca), fue quizá la época de mayor esplendor de Zaragoza, donde hubo convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes. Se convirtió en uno de los mayores centros económicos de Europa y era considerada una ciudad de leyenda situada en la última frontera del Islam con la Cristiandad. Fue en aquella época cuando nació el mayor filósofo del occidente musulmán: Avempace.

En una de las dos catedrales de Zaragoza (es la única ciudad de España con dos catedrales activas al mismo tiempo) los reyes aragoneses se arrodillaban y como paso previo a su coronación soportaban aquella terrible fórmula que es precedente del estado de derecho con mil años de antelación: “Nos, que cada uno de nosotros somos igual que vos y todos juntos más que vos, te hacemos Rey si cumples nuestros fueros y los haces cumplir, si no, no”

El nombre de Zaragoza está escrito en el arco del triunfo de París por ser una de las más encarnizadas batallas que sufrieron los ejércitos Napoleónicos. Los sitios a los que los franceses sometieron la ciudad acabaron con el ochenta por ciento de la población y con gran parte de la ciudad perdiéndose joyas arquitectónicas de valor incalculable como el fastuoso monasterio de Santa Engracia que Fernando el Católico mandó construir en agradecimiento a su ciudad. Antes de los sitios a Zaragoza se le conocía como la Florencia Española, por la gran cantidad de Torres y de monumentos con los que contaba.

En Zaragoza pintó un tal Francisco de Goya y Lucientes, el sordo de Fuendetodos y Francisco Bayeu. Estudiaron María Moliner, Luis Buñuel y Escrivá de Balaguer entre otros. Escribió Ramón J Sender. Pasearon por sus calles premios nobel como Ramón y Cajal y Miguel Servet. Dejaron su impronta escultores de la talla de Pablo Serrano y Pablo Gargallo. Influyó con su política el máximo exponente del regeneracionismo español, Joaquín Costa llamado el León de Graus, cuyo Mausoleo se encuentra en el cementerio de Torrero. Sin olvidar a otro regeneracionista que se dejó la piel por el progreso de la ciudad: Ramón Pignatelli.

Zaragoza cuenta actualmente con uno de los mejores museos de origami del mundo (si no el mejor), hasta el punto de competir en exposiciones con el de Nueva York.

Todos ellos, cada personaje, cada genio, cada cultura y cada civilización dejaron su impronta en esta ciudad única e irrepetible. Decir que Zaragoza es fea es negar la historia, o peor aún, es no ser capaz de ver lo que hay detrás de cada rincón milenario, detrás de cada boquete que los cañonazos franceses hicieron por todos los sitios, detrás de las estrechas calles medievales y de los palacios renacentistas, detrás de los preciosos edificios modernistas. Decir que Zaragoza es fea es no saber apreciar el trabajo que gentes muy diversas a lo largo de los milenios hicieron en esta encrucijada de caminos que hoy llamamos Zaragoza.

Zaragoza es historia; pero también leyenda, porque no olvidemos que hasta la propia María la madre de Jesús de Nazaret, según la tradición Cristiana, vino en carne mortal a esta ciudad para animar a Santiago en su evangelización y mandó edificar un templo a orillas del Ebro, que hoy conocemos como el Pilar.

Si algún día vienen a Zaragoza, imagino que pasarán por la Plaza de España. Allí se encuentra el monumento a los mártires. El turista que mire con ojos descreídos y sin ánimo sólo verá un monumento modernista más entre los muchos que hay en la ciudad. Pero aquel turista ávido que mire queriendo ver, que quiera realmente saber que está viendo, verá un ángel que se lleva a los cielos a un aragonés caído, mientras al pie del monumento una bella joven te mira serenamente sosteniendo un libro en su mano derecha y una corona de laurel en su mano izquierda:

La joven es Zaragoza, el libro que porta es su gran historia y la corona de laurel su inmortalidad.