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domingo, 22 de septiembre de 2013

HORRIPILANTES PRETENSIONES LITERARIAS

Aquí os dejo un nuevo relato, espero que lo disfruteis...


El viejo Ford Mustang avanzaba a toda velocidad por la vieja nacional en dirección a aquella casa rural en las faldas del Moncayo. Pedro era un escritor en ciernes, de esos escritores que obtienen un éxito moderado con una novela y quieren tener un segundo éxito para demostrar que no fue casualidad. Si volvía a hacer algo bueno la editorial le firmaría un contrato de veinte mil al año. Tenía que hacerlo, les demostraría a todos de lo que era capaz, le demostraría a su padre que no era un perdedor y a esos estúpidos del departamento de literatura les demostraría quien era el mejor. Esos pseudo intelectuales  que lo habían apartado de la docencia, pfff…alcohólico…que sabrían ellos lo que es ser un alcohólico. “Se lo demostraré a todos, les demostraré lo que valgo”.
El Moncayo se iba aproximando cada vez más cubierto de bruma y frío. La calefacción del Mustang creaba una sensación de calidez en el interior del coche que a su vez provocaba que los cristales se fueran empañando. Mientras conducía con una mano con la otra se secaba la moquita que le caía por la nariz. En unas pocas horas anochecería así que pisó el acelerador un poco más y al instante un pitido le sobresaltó, miró el salpicadero y comprobó con fastidio que se estaba quedando sin gasolina. Según el mapa que había consultado antes de salir había una última gasolinera a unos 40 kilómetros antes de la casa, tendría que estar a punto de llegar. ¿Y si el mapa era viejo y ya no había allí ninguna gasolinera?.  Se quedaría tirado en mitad de aquella apestosa carretera rodeado de bosque por todos lados y ya faltaba poco para anochecer…llamaría a los del seguro e irían a buscarlo, no habría ningún problema. “Tengo todo bajo control”. Las dudas se desvanecieron cuando a la derecha de la carretera vio la señal de estación de servicio. Era una gasolinera pequeña de un solo surtidor, al lado de ella un viejo caserón de piedra hacía la veces de posada. De la fachada colgaban dos faroles entre los cuales tallado en un trozo de madera se leía: “El Último Trago”. Mientras esperaba a que alguien lo atendiera echó un vistazo al letrero, iba bien aprovisionado pero no había llevado whisky. Si compraba una botella no pasaría nada, no iba a beber claro…pero nunca se sabe. Un hombre con una gorra salió por la puerta de la posada, era el gasolinero. Tras llenar el depósito Pedro entró a la posada. Era una auténtica tasca de cazadores donde hacía mucho tiempo que no entraba nadie que no fuera el gasolinero o los cazadores de la zona. Una barra cruzaba de lado a lado la habitación cuyas paredes estaban adornadas con cabezas de jabalís y algún que otro corzo. Por el resto de la estancia se distribuían cuatro mesas de madera oscura y en el fondo un par de troncos de carrasca se consumían en un enorme hogar de piedra gris. Al otro lado de la barra un hombre que pasaba sobradamente los sesenta años miraba la televisión mientras secaba un vaso distraídamente.
-         Hola, yo…- balbuceó Pedro.- querría una botella de whisky.- concluyó.
El viejo posadero dejó de sacar brillo al vaso y se dirigió a la zona de las botellas.
-         No suelo vender botellas enteras pero bueno…hoy haré una excepción. Aquí solo vienen cazadores ¿sabe?. Usted no tiene pinta de cazador.
-        No soy cazador, yo…bueno…soy escritor. He reservado la casa que hay a 40 km de aquí, esa que está a los pies del Moncayo. Ahí espero encontrar la tranquilidad necesaria para escribir mi novela.
El posadero agarró la botella con una de sus manos y miró desconfiadamente a Pedro.
-         Ya… bueno vaya usted donde quiera…pero págueme la botella y márchese si no quiere nada más.
Pedro sacó la cartera y tapándola con una mano con la otra sacó el dinero justo y pagó. Salió de allí sin despedirse. Ya montado en el Mustang vio por el retrovisor como se encendían los faroles de la fachada de la posada en el momento en que la negrura comenzaba a bajar por las faldas del Moncayo. Mientras se alejaba echaba mirada fugaces al espejo del piloto y se atusaba el pelo con la mano derecha. “Esta gente necesita algo de civilización, no están acostumbrados a tratar con gente como yo, malditos paletos”.
La noche ya era cerrada y a los lados de la carretera los árboles del bosque creaban figuras grotescas en la oscuridad. Pedro procuraba no mirar mucho a los lados, se centraba en el frente de la carretera. “Espero que no fallen los faros, los del seguro tardarían horas en llegar hasta aquí”. Puso un poco de música, la música le ayudaba a no pensar y dadas las circunstancias eso sería lo mejor. No cogía ninguna emisora de la frecuencia modulada así que puso uno de los cd que llevaba en la guantera. Al instante la guitarra de Angust Young empezó a desgarrar el silencio del interior del Mustang, los cristales se estaban empañando otra vez así que bajo la ventanilla para que el aire fresco los desempañara. El coche se hundió en la noche mientras la desgarrada voz de Bon Scott gritaba “Estoy en una autopista hacia el infierno
Tras varios kilómetros por una carretera comarcal al fin llegó. El caserón se alzaba recortándose contra la luz de una luna llena envuelta en una bruma fantasmal. La había reservado para un mes que sería lo que calculó que le costaría escribir su novela. El tío con el que había hablado le dijo que le dejaría la llave en una maceta de la entrada, sólo había una maceta así que lo tuvo fácil. El caserón por dentro era enorme, en la planta baja había un baño y una leñera a través de la cual se bajaba a la bodega, en la primera planta había dos habitaciones y un gran salón desde donde unas escaleras subían a la última planta. Pedro entró con su bolsa de viaje a cuestas y una bofetada de aire caliente le recibió. Subió a la primera planta y se instaló en una de las habitaciones próximas al salón. Salió a recorrer la casa, en el salón un gran hogar estaba preparado con unos cuantos leños de pino dispuestos para arder. “No necesito el hogar, hace un calor de mil demonios aquí”. Tras ojear el salón subió a la planta de arriba pero una puerta cerraba el paso. Bajó a la planta de abajo donde se alivió en el wáter. Se metió en la leñera donde cientos de leños de pino se apilaban en torno a una oscura puerta dónde Pedro se asomó recibiendo una corriente de aire pestilente y caliente. “Puagg debe de haber un gato muerto pudriéndose allá abajo”. Estaba cansado y decidió subir a su habitación a descansar, según se echó en la cama cayó en un sueño profundo.
Los ruidos le despertaron pasada la medianoche, abrió los ojos en la oscuridad y se incorporó sobre la cama. Venían del salón , se levantó de la cama y empezó a avanzar hacia allí, al llegar al rellano de las escaleras vio que la puerta del piso de arriba estaba abierta, en ese instante un tintineo se escuchó en el salón, siguió avanzando hasta el salón donde la luz estaba encendida, se asomó con cautela y ahogó un grito de sorpresa al ver a un hombre anciano pulcramente vestido sentado sobre la mesa y removiendo un vaso con una cucharilla.
-         ¿Quién diablos es usted? – dijo sobresaltado.
-         Disculpe si le he asustado – empezó a decir el anciano volviéndose hacia él- soy el propietario de la casa, el hombre al que se la ha alquilado.
-         Pero yo le pagué el alquiler con la intención de estar sólo. – contestó Pedro con cierta indignación.
-         Oh no se preocupe no le voy a molestar, casi no salgo de las habitaciones superiores, ¿me dijo que era escritor?
-         Pues…sí.
-    Puedo escribirle esa novela que tanto desea, ¿ve esa librería?- le preguntó señalando una estantería atestada de libros- Todos esos libros los he escrito yo, grandes éxitos en su mayoría.
-         No sé qué decirle, ¿podría echarles un vistazo?
-      La verdad que preferiría que primero contratase usted mis servicios, durante toda mi vida he sido…como decirle…una especie de “negro”.
-         Ya veo que me ha tendido usted una encerrona.
-         Bueno yo no lo llamaría así. – dijo el anciano con una sonrisa en la cara.
Qué diablos podría perder, como mucho algo de dinero, nadie se iba a enterar que ese viejo desgraciado había escrito su novela en su lugar. “Estoy en el fin del mundo, quién se iba a enterar
-      De acuerdo, escríbame la novela, por supuesto la firmaré yo y cuando la acabe ya hablaremos del precio.
-         De acuerdo entonces.
El anciano se despidió con un gesto de la mano y se perdió escaleras arriba camino de sus estancias. Pedro volvió a la cama, eran cerca de la una y quería madrugar para empezar a escribir, apagó la luz, cerró los ojos y se concentró en dormirse, en relajarse. Al principio sólo era un leve chirrido, poco a poco fue en aumento, como algo que va y viene, el sonido fue sacando a Pedro de su estado de duermevela para traerlo de vuelta a la realidad, el sonido ya era algo evidente, un ruido que iba y venía, el corazón le empezó a latir cada vez más deprisa y con la urgencia que da el miedo buscó la pera de la luz con las manos y la encendió, un hombre ahorcado se balanceaba en mitad de la habitación colgado de una soga que salía del techo, Pedro notó como se orinaba encima a la par que se arrastraba horrorizado hacia la puerta sin dejar de mirar el cadáver balanceándose. De repente el ahorcado abrió unos ojos inyectados en sangre y con una voz estentórea se puso a gritar.
-¡Huye! ¡Huye de esta casa insensato!
Pedro salió corriendo de la habitación y subió escaleras arriba donde aporreo la puerta. El anciano abrió.
-         ¿Qué ocurre?
-         ¡Hay un hombre ahorcado en mi habitación!
-         Pero qué dice, eso no puede ser, vamos a verlo.
El anciano bajó las escaleras seguido de Pedro, cuando se asomaron a la habitación ahí no había nada.
-         Habrá sido una pesadilla, cálmese.- Le dijo el viejo mirándole la mancha que tenía en la entrepierna.
-         No, le juro que lo he visto e incluso me ha hablado.
-         Será mejor que descanse, yo trabajaré durante toda la noche y mañana por la mañana comentaremos detalles de su gran novela, ya verá que bien.
Pedro casi se convenció de que había sido una pesadilla. Volvió al cuarto pero antes de dormir pensó en algo que le haría dormir del tirón. Sacó la botella de whisky de la maleta y el dio un largo y ansioso trago. Ahora todo iría bien, dormiría de un tirón hasta mañana. Se tumbó en la cama, cerró los ojos y por primera vez en toda la noche se durmió.
Esta vez los ruidos tardaron más en llegar. Eran unos gemidos, como lamentos de niña. Pedro se despertó en la oscuridad de su cuarto y se echó a llorar, la vejiga se le descargó por segunda vez. “Pero que es todo esto dios mío”. El vello se le erizó sobre la piel de gallina y por primera vez en su vida supo lo que era estar aterrorizado. Los gemidos venían del salón. Pedro cogió la botella de Whisky y tras beber un largo trago la cerró y la empuñó a modo de arma, se secó las lágrimas y se dirigió al salón. Se asomó con auténtico terror por la puerta y al contemplarla un escalofrío le recorrió la nuca. Una niñita de no más de 6 años jugaba con un peluche quemado; pero algo le pasaba porque gemía continuamente. Cuando se percató de que Pedro la miraba desde la puerta dejó el peluche en el suelo y empezó a andar lentamente hacía él.”Por favor por favor por favor” De haberle quedado orines en su interior Pedro los hubiera dejado salir de nuevo, en lugar de mearse encima se echó a llorar mientras sostenía la botella de manera patética. La niña lo miraba con gesto serio.
-         Quiero a mi mamá. – dijo de repente con una vocecita dulce.
-         Yo…yo no se…donde está tu mamá.
La niñita avanzó un paso hacia Pedro.
-         Quiero a mi mamá. – volvió a repetir.
Pedro ya no podía ni hablar. La niña se empezó a reír, suave al principio y cada vez más alto. Mientras se reía avanzó un poco más hacia él y cuando estaba a solo unos pasos de distancia dejó de reír, fue en ese momento cuando Pedro se dio cuenta: la niña no era una niña, era una anciana con la cara podrida que lo miraba respirando violentamente a través de los pocos dientes que le quedaban.
-  ¡Quiero a mi mamaaaaaaa!- La voz sonó de una manera asquerosa y sobrenatural.
Pedro se desmayó. Cuando recuperó la consciencia el salón estaba vacío, le dolía la cabeza y no sabía muy bien si lo que había visto era real o no. Comprobó que no tenía ninguna herida en ninguna parte de su cuerpo y se dirigió al salón. “¿Me estaré volviendo loco?”. Se encaminó hacia la estantería donde centenares de libros se agrupaban en perfecto orden y cogió uno al azar. Al observar las tapas se extrañó ya que estaba encuadernado en cuero viejo al estilo del siglo diecinueve. Al leer el título se le heló la sangre. “Las leyendas de Becker…no puede ser…esto no lo ha podido escribir el viejo”.
-     Lo escribí yo no tenga duda.- El anciano lo observaba desde la puerta del salón con un libro en la mano.- y aquí está su novela.- dijo alzándola en el aire.- va a ser un éxito ya lo verá, bueno realmente no lo verá.
El viejo se acercó a la estantería y con elegancia infinita colocó el libro en una de las baldas vacías de la librería. Pedro lo miraba incrédulo sin entender nada.
-         ¿Quién es usted?
Sus ojos coincidieron y Pedro pudo ver como los ojos del anciano cambiaban continuamente de color, eran profundos y lejanos como las edades del mundo.
-         Soy el Diablo. Y voy a llevarme tu alma.
En ese instante un ser monstruoso irrumpió en el salón desde la planta baja, llevaba un delantal de carnicero y en una de sus manos portaba un hacha de cocina, no tenía nariz y la boca la llevaba salvajemente cosida. Con una agilidad pasmosa soltó un tajo y le rebanó una mano a Pedro que cayó al suelo descompuesto. Otro tajo le rebanó el pie a la altura del tobillo aunque quedó ligeramente unido a la pierna a través de un tendón sanguinolento. De aquél ser monstruoso salía por algún lado una risa malvada y gutural ante la elegante pasividad del anciano. El engendro cogió a Pedro en brazos y lo bajó por las escaleras en dirección a la bodega. El pié se balanceaba de un lado a otro mientras el tendón que lo unía se iba partiendo poco a poco. De la mano amputada salía sangre a borbotones. “Todo acabará pronto”. La bestia bajó las escaleras de la bodega y Pedro aun pudo ver que en el fondo de ella se abría un agujero entre las rocas de la montaña, un agujero rojo a través del cual se veían almas sufriendo tormentos eternos. El viejo lo miró por última vez.
-         Tan apenas acaba de empezar.
Fue lo último que oyó Pedro antes de precipitarse por el agujero sin retorno.

El día comenzaba fresco y en la taberna “El último trago” el posadero estaba preparando unos troncos de carrasca para caldear la habitación. En ello estaba cuando entró un cazador a almorzar, un caldo caliente de carne y unos huevos fritos para empezar con fuerza un día de buena caza. Tras hablar de banalidades el cazador le preguntó por algún chascarrillo a lo que el posadero tras dudar un instante le contó que sí tenía uno.
-   Ayer por la noche vino un chiflado, decía que era escritor y que había alquilado la casa de allá arriba para escribir.
-         ¿La del tío Sempiterno, el que se ahorcó?
-   Sí. Lo curioso es que desde que se ahorcó Sempiterno la casa está abandonada pero cada dos por tres vienen chiflados y muy a menudo esos chiflados son escritores.
-         Quizá tenga que ver que en esa casa vivió Gustavo Adolfo Becker.
-         Déjate de ostias y vete a darle a los jabalís anda.

El fuego ya ardía con fuerza haciendo crepitar los leños de carrasca en el gran hogar. Sobre una mesa un Heraldo de Aragón aleteaba a causa de la brisa que entraba por una de las ventanas abiertas al cierzo. Una brisa fuerte pasó dos páginas del periódico mostrando la sección de clasificados, el anuncio tenía la letra pequeña, no se veía bien si no te fijabas; pero ahí estaba claramente:


Se alquila casa rural en las faldas del Moncayo. No preocuparse los frioleros ya que cuenta con buena calefacción. Ideal para escritores que quieran retirarse del mundo. Interesados llamar al 666 666 666

                                                  FIN

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