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miércoles, 10 de junio de 2015

EL DÍA QUE DESCUBRÍ A JOE "SMOKIN" FRAZIER.


Era una tarde de domingo. Estaba en casa aburrido y como casi siempre que no tengo nada que hacer encendí mi portátil y busqué por Youtube algún buen combate de boxeo. Esa tarde quería algo delicado, un estilista fino, no se me ocurrió otro mejor que el “más grande” así que tecleé  “Muhammad Ali” en el buscador y me dispuse a ver un combate cualquiera.

 El azar hizo que pinchara sobre el Alí vs Frazier del 8 de marzo de 1971. Yo al igual que Alí aquel día, no sabía lo que estaba a punto de ver. Soy un amante del boxeo; pero no me avergüenza reconocer que por aquel entonces no tenía ni idea de quién era Joe Frazier.

Empecé viendo el combate tumbado sobre mi cama, disfrutando de los desplazamientos mágicos de Alí, viendo como sacaba esas combinaciones explosivas buscando el mentón de un rival que se movía de una manera extraña, se cubría de una forma poco ortodoxa y boxeaba de una manera que nunca había visto antes.

Recuerdo que pensé que el pobre desgraciado no pasaría del tercero. Se cubría con los brazos paralelos al suelo y se movía pendularmente haciendo esquivas sin parar. El jab de Alí le entraba continuamente al mentón; pero el tío se metía al cuerpo a cuerpo como un asno salvaje intentando llegarle con crochet de izquierda. Un par llegaron a la barbilla de Alí; pero éste se reía de su rival negando con la cabeza y humillándolo sin parar. El segundo asalto fue más de lo mismo, un Alí socarrón combinaba sin parar mientras su rival esquivaba a toda velocidad e intentaba entrar en su guardia.

En el tercero la cosa cambió. Nada más comenzar el asalto el extraño boxeador se metió en el cuerpo a cuerpo y castigo a Alí con varios ganchos durísimos al cuerpo.  Fue en este asalto cuando vi por primera vez la terrible arma de Joe Frazier: su brutal volado de izquierda. Esquivaba sin parar los jabs de Alí y entraba en su guardia fintando y soltando aquellos durísimos izquierdazos que hacían temblar al “más grande”. Al final del tercer round Alí ya no se reía y yo me había levantado de la cama y observaba el combate pegado a la pantalla de mi ordenador.

Fue uno de los mejores combates que he visto en mi vida, con razón la llamaron “la pelea del siglo”. Alí tuvo que emplearse al máximo sacando su mejor boxeo contra aquel tipo de movimientos extraños y aun así no pudo con él.

 El gran Joe Frazier envió a la lona a Muhammad Alí en el decimoquinto asalto con un brutal volado de izquierda y escribió con letras de oro su nombre en la historia del boxeo. Ganó el combate por decisión unánime y comenzó una serie de peleas épicas que culminaron cuatro años después en el mítico “thrilla in Manila” considerado por los expertos en boxeo el mejor combate del siglo XX. Quizá algún día escriba algo sobre ese combate.

Joe Frazier pasó los últimos días de su vida olvidado en Filadelfia viviendo en un pequeño apartamento que uno de sus admiradores le dejaba a cambio de nada. Debajo tenía un gimnasio donde entrenaba a jóvenes boxeadores. Murió hace unos pocos años en un hospital para enfermos terminales, dicen que sólo y olvidado. No sé si moriría sólo, pero desde luego no murió olvidado, y de eso dan fe las palabras que Eddie Futch le dirigió tras su último combate con Muhammad Alí en Manila:

“Nadie olvidará jamás lo que habéis hecho hoy aquí”

lunes, 8 de junio de 2015

QUÉ VER EN ARAGÓN

COMARCA DE TARAZONA Y EL MONCAYO

Un fin de semana de marzo fue el elegido para ir a ver una de las comarcas más mágicas de Aragón: La comarca de Tarazona y el Moncayo. Y así es, su nombre hace honor a lo que te encuentras, la bella Tarazona contrapuesta a aquel coloso montañoso que es el Moncayo.

Salimos de Zaragoza cuando el Sol ya empezaba a desplomarse en un horizonte rojizo y entre charlas y risas partimos con destino a una casa rural que habíamos alquilado por internet situada en el pequeño municipio de Vera del Moncayo. El viaje transcurre sin incidentes, con tranquilidad, sin poder adelantar debido a la línea continua que separa permanentemente los dos sentidos de la Nacional 232. A la altura de Gallur dejamos la 232 y entramos en la Nacional 122, no es mala carretera. Ya de noche tomamos un desvío que nos saca de la 122 y que el camionero que llevábamos detrás celebró con una orgía de cambio de luces cortas-largas-cortas-largas…, el pobre debía llevar prisa, pero qué coño, ¡nosotros íbamos al Moncayo a relajarnos!

Continuamos por una comarcal y tras unos pocos minutos llegamos a Vera del Mocayo. A mi GPS le empiezan a entrar dudas de dónde está la casa rural, así que paramos en la calle principal (donde está el bar) y preguntamos a una pareja que amablemente nos indica la situación de la casa.

Las fotos que vimos en internet no hacían justicia a la casa. Estaba situada en el interior de una pequeña urbanización formada por la casa rural en cuestión y otra casa similar, todo cerrado con una cerca y con un jardín muy cuidado. Los dueños eran dos hermanos cincuentones, altos cargos de la Renfe. Uno vivía en Madrid y otro en Zaragoza. A sus mujeres e hijos no les gustaba el pueblo y no lo pisaban, así que lo tenían de lujo para juntarse y echar unos tragos juntos. En un momento del fin de semana les insinué que era una suerte que a sus mujeres no les gustase aquello, me contestaron con carcajadas confirmando mis sospechas de que eso de alquilar la casa era una escusa para ponerse tibios de vino a sus anchas. Parecían buena gente.

El interior de la casa nos sorprendió. Una de las paredes estaba formada totalmente por un cristal blindado, la oscuridad no dejaba ver nada pero se intuía que a la luz del día las vistas serían un espectáculo.

Preparamos la cena y encendimos el fuego. En un rato ya estábamos comiendo y bebiendo, yo me tiraba como un león hambriento al jamón que Jorge había traído de Albalate del Arzobispo. Después de cenar y ante mi insistencia, Cris, Eli y Jorge accedieron a ver una peli de miedo (Líbranos del Mal), ¡qué menos que pasar un poco de miedo en la tierra de las brujas y las leyendas! A la media hora de ponerla Jorge estaba roncando y las chicas ni siquiera estaban asustadas. La próxima vez les pondré Posesión Infernal.

Cuando amaneció lo primero que hice fue salir a ver por la cristalera y tal como imaginaba la visión era imponente: un Moncayo nevado con el río Huecha serpenteando como una culebrilla bajo sus faldas. Sé qué es la cumbre más alta del sistema Ibérico; pero siempre me hace preguntarme lo mismo, ¿Qué diablos hace semejante montaña ahí, en mitad de un llano? Imagino que los misterios tectónicos están vedados para mí.

Tras desayunar cogimos el coche y zigzagueando nos metimos en el parque nacional del Moncayo. Es una gozada llevar la ventanilla bajada y circular disfrutando de la conducción con el olor del bosque metiéndose por todos los rincones del coche.
Al poco llegamos al centro de interpretación de Agramonte, donde en una pequeña cabaña pudimos ver la flora y fauna que habita el parque natural.

Al lado del centro de interpretación hay un antiguo hospital de tuberculosos abandonado, que ha adquirido cierta fama entre los amantes de lo paranormal porque Iker Jiménez lo ha sacado alguna vez en su programa. He de reconocer que éste era uno de los alicientes del viaje. Y la verdad que más allá de espíritus perdidos y fantasmas, el lugar impresiona.

El complejo fue construido a principios del siglo XX con el fin de ser un retiro de lujo para gente adinerada. Me imaginé por un instante a los pro hombres de la época fumando puros habanos y tomando coñac en aquellos balcones bajo la imponente mirada de un Moncayo nevado. El emplazamiento para descansar alejado de todo era ideal.
Pero el descanso se vio roto por la guerra civil y el complejo quedó abandonado. Supongo que su posición retirada lo salvó de ser destruido y tras la guerra los vencedores le dieron otro uso que le encajaba como un guante: sanatorio de tuberculosos.
 Se ve que el aire de la zona (no olvidemos que en el Moncayo fabrican el cierzo) era beneficioso para las personas con tuberculosis. Así siguió hasta que a final de los años setenta fue abandonado. Y así sigue.

Recorrimos el viejo hospital, vimos una antigua caldera que aún se conserva en una de las casas exteriores y les metimos miedo a las chicas diciéndoles que ahí quemaban los cuerpos de los tuberculosos fallecidos (lo sé, somos como críos). Mi amigo Jorge sabe un rato largo de construcción y me decía que aquello era más o menos seguro; pero yo no me fiaba ni un pelo. La verdad que no es muy aconsejable recorrer las estancias interiores ya que está todo en ruinas.
 Tras recorrerlo a conciencia os aseguro que allí no hay nada de paranormal, más allá de alguna pintada satánica en la antigua iglesia. Aún así no me metería allí de noche ni loco.

Enfrente del centro de interpretación de Agramonte y al lado del antiguo sanatorio hay un merendero. Un plato de ensalada de pasta fresca hasta arriba nos sirvió para reponer fuerzas (a parte de seguir comiendo sin piedad el jamón de Teruel). Siempre me han gustado las comidas al aire libre. Tras comer, vino el inevitable sopor y antes de caer dormidos nos metimos al coche y seguimos de ruta. Creo recordar que viajamos sin rumbo durante un rato, sólo por el placer de recorrer aquellos pinares que olían a humedad y a frescor. Al cabo de un rato nos detuvimos justo enfrente del monasterio de Veruela aunque no entramos ya que los cuatro lo teníamos ya muy visto.

Para el que no lo haya visitado le diré que es el monasterio más viejo de la orden del Císter que hay en Aragón y que es realmente bonito, creo que está exclaustrado (no hay monjes) porque siempre que he ido no he visto nunca a ninguno. Se ve que en el siglo XIX ya no había monjes y el monasterio se estaba cayendo a cachos, pero a la gente de la zona se les ocurrió crear una hospedería para evitarlo y revitalizar la zona.

Pero si el monasterio es famoso no lo es por sus bellas torres ni por su claustro medieval sino porque en él se retiró un tal Gustavo Adolfo Becker. Los románticos y la tuberculosis siempre han ido de la mano y Becker no fue menos, enfermó de tuberculosis y como os he comentado antes la zona del Moncayo era un sitio ideal para curarla.

No es difícil imaginarse al sevillano sentado una tarde invernal en un banco de piedra gris mirando embelesado las nieves del Moncayo buscando a las musas. Si alguna vez vais al monasterio entenderéis lo que os digo.

Desde luego el lugar volvería locos a los románticos del XIX: un lugar bello y apartado cuyos rincones vieron escribirse la historia, y como marco incomparable el Moncayo. Creo que lo que dota de esa belleza melancólica a todas las construcciones de la zona (monasterio de Veruela incluido), no son los edificios en sí, si no el propio Moncayo. Hasta una choza tendría esa belleza triste y melancólica con el Moncayo detrás.

Desde Veruela Becker escribió “Cartas desde mi celda” y creo que también algunas de sus famosas “leyendas de Becker”. La gente cree que Becker dotó de un imaginario de leyenda a la comarca del Moncayo, a mí me gusta creer que ese imaginario ya existía y que el escritor andaluz sólo fue un instrumento usado por el Moncayo para expresarse. Ya es tarde para saberlo, miro al Moncayo con Becker en mis ojos, y leo a Becker con el Moncayo en mi mente. Para mí son uno.

Justo enfrente del monasterio hay varios restaurantes con terrazas donde los visitantes paran a comer. Como me estaba cayendo de sueño y era yo el que hacía de chofer paramos a echar un café y a comprar agua fresca y seguimos ruta.
La siguiente parada fue en un pueblecito conocido como el pueblo de las brujas: Trasmoz. Es muy pequeñito, no tendrá más de 100 habitantes, pero por la magnitud del castillo que se encarama en lo más alto del pueblo encima de una colina, uno imagina que en el Medievo ocupó un lugar relevante.
Paseamos por sus empinadas calles en dirección al castillo y os aseguro que en todo el trayecto no vimos a una sola persona. Antes de llegar al castillo nos encontramos con el cementerio del pueblo, y esto sí que es lo más romántico que he visto en mi vida (no hablo del romanticismo de Julia Robert y Richard Gere en Pretty Woman, si no del movimiento cultural que se extendió por Europa en el siglo XIX).
Una vez más este escenario le sirvió a Becker para reflexionar sobre la muerte y creo que le inspiró algunos versos. A la entrada del cementerio hay una inscripción con un verso bellísimo suyo:
 “que de lo que vale, de lo que es algo, no ha de quedar ni un átomo aquí.”

Un poquito más arriba está el castillo el cual estaba cerrado y no pudimos visitar. Creo que no está en muy buenas condiciones, una vez más la amenaza de ruina se cierne sobre el patrimonio aragonés, aunque es comprensible en una comunidad en la que somos pocos, con mucho territorio y con un patrimonio cultural enorme.

Al lado del castillo había una estatua de bronce de Gustavo Adolfo Becker de gran tamaño; pero un par de cacos la robaron tiempo atrás. Armaron una buena y salieron en los periódicos locales; pero lo que yo no sabía es como los pillaron, la historia es más o menos así:

Se ve que un grupo de navarricos visitaron la comarca de Tarazona y el Moncayo en una excursión de colegio y vieron entre otras cosas la citada estatua, uno de los padres era policía foral. Pues bien, los cacos que robaron la estatua la metieron en una furgoneta a trozos y escaparon a Navarra, donde en un control los paró la policía foral de Navarra. ¿Adivináis quién era uno de los policías forales? Jeje, les está bien merecido.

Tras ver el castillo por fuera bajamos al pueblo en un intento de entablar conversación con algún lugareño (o como dice Eli, hacer un “Jordi Évole”) cosa que a Jorge se le da bien. Paseando por las calles llegamos a una especie de monumento muy extraño. Era como un pequeño parquecito pero en vez de columpios había lápidas de cementerio en el suelo, en el centro había una fregona de bronce y justo en frente una especie de altar de piedra donde se leía algo así como:
“puse a la mujer de pie”

Cómo os imaginaréis los cuatro estábamos flipando, ¿pero qué leches era todo aquello? Justo en ese instante oímos abrirse la puerta de la casa de al lado y apareció un hombre con su hijo. Jorge no tardó en entablar conversación con él. Creo que él tenía las mismas ganas de hablar que nosotros de escuchar, o quizá el tenía alguna más. Nos contó que ese monumento estaba hecho en recuerdo de Manuel Jalón Corominas, un ingeniero que vivió muchos años en Trasmoz y que inventó ni más ni menos que la fregona, de ahí que en el altar pusiera eso de “puse a la mujer de pie”. También inventó la jeringuilla desechable.

El hombre nos contó muchas cosas sobre el pueblo mientras su hijo jugueteaba entre las lápidas. Nos contó que la leyenda negra del pueblo se fraguó en la edad media, cuando todos los pueblos dependían de Veruela excepto Trasmoz, cuyo Señor tenía algún tipo de libertad frente a los monjes del Monasterio, libertad en cuanto al uso del agua y cosas así. Se ve que esto incomodó tanto a los monjes que el Papa de la época excomulgó a todos los habitantes de Trasmoz, y los monjes de Veruela hicieron una procesión hasta la entrada del pueblo donde impusieron una maldición sobre el pueblo que en teoría sólo un Papa puede levantar. Hasta la fecha ningún Papa lo ha hecho, así que lo habitantes de Trasmoz siguen excomulgados y malditos. También nos contó que uno de los componentes del grupo “Puturrú de fua” vive en el pueblo y hace unas mermeladas muy buenas. También nos recomienda el queso que hacen en el pueblo, aunque curiosamente ni el queso ni las mermeladas pueden conseguirse en Trasmoz, si no en Vera del Moncayo que es el pueblecito más grande de la zona y por el pasa la carretera.

Tras despedirnos de él ponemos rumbo a nuestra casa rural en Vera del Moncayo teniendo previsto pasar por Alcalá del Moncayo para intentar comprar mermelada y Queso de Trasmoz. Como he dicho Alcalá del Moncayo es el pueblo más grande de la zona, lo que no quiere decir que sea un pueblo grande. Se extiende a lo largo de la carretera que lo atraviesa y nosotros detuvimos el coche en el primer sitio que pudimos.

 Llamamos a la puerta de una especie de supermercado pequeñito y al instante un hombre se asomó por el balcón situado arriba de la tienda. El hombre se excusó diciendo que no estaba su mujer, que se había ido a andar; pero que él nos atendería igual. Compramos mermelada de mora, de oro (sí de oro) y queso, todo de Trasmoz. A parte compré para engordar mi bodega una botella de vino blanco tiolítico denominación de origen de Borja (nos la habían aconsejado los dueños de la casa rural y la verdad que puede funcionar bien con un arrocito o con algún pescado, aunque su sabor tira más al amargor que a la fruta que me tiene acostumbrado el Albada blanco de Calatayud).

Cargamos todo en el coche y pusimos rumbo a la casita rural, justo en el instante de salir empezaron a desfilar por la carretera una gran caravana de coches americanos, mustangs y coches así, no tengo ni idea de que harían allí pero había un montón.

Volvimos a la casa rural y preparamos una buena barbacoa acompañados de los dueños de la casa, que no paraban de insistir en que probáramos el vino tinto que guardaban en barricas en la bodega. El vino era, como decía Labordeta, “del que les dan a los soldados para romper el frente”, madre mía que vino más fuerte y más malo, aparte de que estaba picado. Todavía recuerdo la cara de Jorge cuando los dueños le llenaron un vaso directamente de la barrica y le dieron a beber observándole fijamente para ver su reacción mientras le decían que gente les había comentado que estaba picado. Jorge aguantó bien el tirón y aun recuerdo sus palabras:
Picao…picao..no…pero...

Cuando tuvimos la barbacoa lista volvimos con nuestras chicas al interior de la casa y ya de noche empezamos a cenar. Tras cenar vino la sobremesa a la que invitamos a uno de los dueños a tomar una copa. Tras charlar un poco de política y mil cosas la noche acabó sin incidentes graves y nos marchamos a descansar.

Al día siguiente amanecimos con un poquito de resaca, reconozco que yo me llevaba la palma, pero tuve que sobreponerme porque teníamos reserva para comer en el Savoya 21 de Tarazona. Un amigo de Jorge amante de la gastronomía lo había llevado ahí a comer alguna vez, y yo siempre me fío de los amantes de la gastronomía. Antes de salir probamos las mermeladas y he de reconocer que estaban riquísimas, pero el queso ¡ay amigo!, eso eran palabras mayores, si eres amantes de los quesos merece la pena ir de propio a comprar queso de Trasmoz a Alcalá del Moncayo. Así que cogimos el alfa y pusimos rumbo a Tarazona.

Tarazona es uno de los pueblos más grandes de Aragón (en Aragón con más de diez mil habitantes ya casi se considera ciudad) su población rondará los quince mil habitantes y aunque en la última década Tudela (su ciudad rival) se le ha comido la merienda, nadie dudará de que es una ciudad preciosa que cuenta con una de las joyas de la arquitectura española:  La catedral de Santa María de la Huerta.
Esta catedral combina el estilo gótico, mudéjar y renacentista creando una catedral bastante curiosa. Su parte mudéjar salta a la vista en una gran torre blanca adornada con azulejos de colores.

Para el que no lo sepa el mudéjar fue una mezcla del arte cristiano de la época con elementos que incorporaron los musulmanes que quedaron en España tras la reconquista por los reyes católicos. Fue una circunstancia que en todo el mundo sólo se dio en España dando como resultado el magnífico arte mudéjar considerado patrimonio de la Humanidad.  La verdad que las torres mudéjares tienen algo hipnótico, no sé cómo describirlo con palabras, simplemente hay que verlas.

Intentamos entrar en la catedral pero a pesar de que en la oficina de turismo nos habían dicho los horarios, incomprensiblemente no abrieron a la hora y tras esperar más de media hora a que abrieran nos marchamos (nosotros y una docena de turistas que también estaban esperando).  Tener una joya donde se han invertido millones de euros en reformarla y más de veinte años de trabajo y que incluso la inauguró el propio rey y no cuidar esos detalles es algo al menos para mí incomprensible. En fin, otra vez será, ya van tres veces que he visitado Tarazona y no he podido ver el interior de la catedral. Dicen que lo bueno se hace esperar, así que imagino que el interior será algo grandioso.

Tras el intento infructuoso de ver la catedral y ya con las fuerzas algo justas fuimos al restaurante Savoya 21 sitauda en la calle principal de Tarazona por donde pasa el río Queiles. Totalmente recomendable. Los platos están a medio camino entre el diseño y los platos de menú de 10 €, más tirando hacia el diseño quizá. Una presentación muy cuidada y la comida muy rica. De precio no estaba mal.

Tras comer dimos un paseo por la zona de la judería y vimos las casas colgadas. Destacar la preciosa fachada del ayuntamiento que creo que es de estilo renacentista, realmente bonita.  Lo único negativo es que dejan aparcar los coches en la plaza y la verdad que rompen un poco la magia de la espléndida fachada.

Acabamos el paseo y nos metimos de nuevo al alfa para volver a la casa rural. Nos perdimos y acabamos cerca de una presa. Tuvimos que poner el GPS para volver a Vera del Moncayo. Una vez en la casa rural merendamos algo y regresamos a Zaragoza cerrando un fin de semana genial.

LUGARES DE INTERÉS:

-          Catedral de Tarazona. Ayuntamiento de Tarazona. Parque natural del Moncayo. Sanatorio de Agramonte. Monasterio de Veruela. Cementerio de Trasmoz.

GASTRONOMÍA DE INTERÉS:

-          El queso y la mermelada de Trasmoz.
-          Vinos de la denominación de origen de Borja.
-          Restaurante Savoya 21 de Tarazona.

viernes, 29 de mayo de 2015

¿QUÉ OCURRIRÁ CUANDO MUERAS?

Me explicaron que la operación podría ser complicada. Me dijeron que podría no salir vivo de la sala de operaciones; pero si no lo hacía me quedaban a lo sumo unos meses.
Acepté.

Estar tumbado en la cama de un hospital mirando el lugar que quizá sea el último en el que estés en este mundo es jodido. No sé como describirlo, quizá sea una mezcla de melancolía y miedo. Melancolía por lo vivido y por lo que dejaré de vivir. Y miedo, mucho miedo por lo desconocido. ¿Qué coño me pasará cuando cierre los ojos para siempre? ¿Qué pasará si muero? ¿Iré a algún sitio? ¿Sufriré? Preguntas y reflexiones que siempre me hice desde la seguridad de la época vigorosa de mi vida, pero ahora es distinto, ahora me voy a enfrentar a ellas cara a cara. Dios estoy temblando…

El amor de mi vida me coge la mano con fuerza. Veo su cara de preocupación y alguna lágrima resbala por su rostro. ¿Si muriera volvería a verla en otro mundo? Miro su bella cara e intento memorizar hasta el último detalle de su ser, ella se acerca y aspiro profundamente su aroma. Quiero llevarme su recuerdo conmigo.

Oigo ruidos en el pasillo. Ya vienen a por mí. Un escalofrío me recorre la espalda. Esto es más duro de lo que pensaba. Dos celadores entran en la habitación seguidos del médico. No sonríe, está serio. Me mira.

-          Vamos para el quirófano.- Me dice.

Yo solo miro a mi amor. Me acompaña, anda al lado de la camilla. Aun es más jodido verla sabiendo que pueden ser los últimos momentos que pase con ella jamás. Me aprieta la mano con fuerza entre sollozos. No puedo dejar de mirarla mientras recorremos los pasillos camino del quirófano.

-          Te quiero.- Me repite sin parar.

Llegamos a la puerta del quirófano. Mi amor se queda en la puerta mientras los celadores empujan mi camilla al interior del cuarto. La miro por última vez y una sensación de estoicismo se apodera de mí. Acepto mi destino.

-          Adiós mi amor.- Me despido de ella.

Me tumban en la mesa de operaciones. Soy consciente de que pueden ser mis últimos momentos en este mundo. Estoy tranquilo. Me ponen la anestesia y me dicen que piense en algo bonito. Pienso que paseo por un verde valle con mi mujer. Al rato dejo de oír al equipo médico. Estoy paseando con ella por un precioso paraje, al momento lo reconozco: era el sitio donde solíamos ir a pasar los veranos cuando éramos jóvenes, cuando todo era posible. Nos sentamos debajo de la haya donde nos besábamos, aquella al lado del río. Ella se echa a llorar.

-          La operación no ha ido bien.- Me dice llorando.- Tienes que marcharte.


Durante un instante me besa, pero cuando voy a acariciarle ya no hay nada. No hay árbol, no hay río ni valle y ella ha desaparecido. Sólo hay oscuridad. De repente veo una luz lejana. ¿Es este el famoso túnel del que todo el mundo habla? Avanzo por él sin quererlo, me voy aproximando a la luz, es una luz deslumbrante cómo nunca había visto. Espera un momento. Veo a alguien. Una figura humana. No puedo distinguir sus rasgos ya que la luz me ciega. La veo, está ahí al final del túnel envuelta por la luz cegadora. Parece llevar ropas blancas. Sigo avanzando por el siniestro túnel guiado por la luz, es extraño, yo no quiero avanzar pero algo me empuja. Cada vez estoy más cerca. De repente salgo del túnel y todo es luz cegadora. No veo nada. Parpadeo, me tapo los ojos torpemente con las manos, es una luz como nunca había visto. Lo invade todo. Sigo protegiéndome de ella hasta que mis ojos se van acostumbrando al resplandor, empiezo a ver más formas. Miro a la figura de blanco. Poco a poco voy distinguiendo su rostro. Algo raro sucede. La figura de blanco me sonríe. Me ha cogido en brazos y he sentido un tirón en el ombligo. Dios mío estoy en un hospital otra vez. ¡Las figuras son médicos! ¡He vuelto a nacer, así es como funciona esto! Los budistas tenían razón. ¡Pero que me está pasando!, me cuesta pensar, me cuesta cada vez más recordar. Noto como mi consciencia se está yendo, la razón está siendo sustituida por las sensaciones, sí, tengo frío, y hambre, mucho hambre, veo un pezón e instintivamente lo chupo y sacio mi hambre, sí, sigo teniendo hambre, mis pensamientos se van, solo queda el hambre y el frío, hambre, me echo a llorar, tengo más hambre y siento frío, y hambre, hambre, hambre, hambre, hambre, hambre….

domingo, 12 de abril de 2015

LA MALDICIÓN DEL REY

Un viejo rey aragonés maldijo el apellido de mi familia.
Dicen que fue porque mis antepasados no quisieron ir a una batalla olvidada a defender su nombre. Fuera como fuese, el desastre y las guerras acompañaron desde entonces al linaje de mi familia allí donde estuvieran.
 Mi bisabuelo escapó de la Zaragoza asediada por los franceses en 1808 y huyó a Cuba. Siempre decía que uno no sabía lo que era España si no había visto América, lo que de verdad vio el viejo fue la manera de forrarse plantado caña de azúcar y exportando a los gringos. Hizo una fortuna con lo del azúcar; pero ni todo el oro del mundo le hizo olvidar las penurias que pasó en el coso zaragozano bajo los cañonazos franceses.

Mi abuelo y mi padre mantuvieron las plantaciones e incluso ampliaron el negocio con la llegada del ferrocarril. Nos convertimos en clase alta y entre fiestas, casonas y ron parecía que al fin habíamos dado esquinazo a la maldición del viejo rey. El día que unos criollos llamaron a mi puerta para preguntarme sobre los esclavos que usaba en las plantaciones comprendí que no era así. Me dijeron que no querían españoles en Cuba, como si ser cubano no fuera lo mismo que ser español les dije. Corría el año 1898 y el Imperio Español se derrumbaba. Tuve que huir de La Habana mientras el maldito rey seguía riéndose en su sucia tumba de fría piedra.  Vagué por una Europa consumida en las llamas del odio durante la primera década del siglo, cansado de tanta muerte volví a América en 1929, esta vez a New York, donde invertí lo poco que me quedaba de la fortuna familiar. No salió bien. Creo que he pagado la parte de la maldición que mi padre y mi abuelo no pagaron; pero sé que las cosas están a punto de cambiar, lo sé, he vuelto a España, he vuelto a la tierra de mis ancestros dispuesto a vencer la maldición del rey, y hoy 16 de julio de 1936, un futuro prometedor se abre ante mí.